¿Se han puesto a pensar en el momento que están en sus vidas y que es lo que los ha traído hasta aquí? ¿Son conscientes de todos los ciclos de vida/muerte/vida que nos han transformado en lo que somos?
Ayer me lo cuestionaba, siempre que regreso de un viaje o de algún encuentro con lo verde, con lo natural, necesito un poco de caos. Y me pongo a pensar en cosas que me quiten un poco el silencio y que me pongan a trabajar de nuevo.
Este año tuve varios encuentros con la muerte, es decir, ciclos que llegaron totalmente a su fin, ciclos que por desgatados eran mejor dejarlos morir y aunque siento que muchos procesos no han resurgido, no han renacido. Siento que he mirado la muerte de las cosas, del tiempo, del universo de una manera cada vez menos mala. He podido asimilar que la muerte no solo está hecha de más muerte.
Que la muerte es vida y que ambas siempre van de la mano. Que el momento que me acompaña, el presente que me abraza, todo aquello que soy cuando hablo, miro, sonrió y existo es perfecto. Que todo esto ha nacido del choque, de pequeños enfrentamientos, del caos y estoy a salvo.
Es como estar bajo la tormenta haciendo cumbre en una montaña y al llegar a la cumbre sientes ese aire en el alma y ese respiro a la vida, gritándole gracias al universo por llevarte hasta ahí. Esa sensación de esperanza, de amor por lo natural, es lo que hay cuando algo muere y renace.
Sentir que de pronto te quedas sin aire, sin fuerzas, que de a poco tus raíces se sueltan, las semillas se secan y tus partes se desvanecen siguiendo al viento y que de pronto todo regresa como al compás del universo, todo más ligero, más sabio, más tuyo, sintiendo la misma esencia pero con una energía viva que te rodea y te abraza, y que por dentro, muy en el fondo escuchas una voz que te dice que todo paso, que es el momento, tu momento.
A eso le llamo muerte semilla, muerte viva.
FOTOS: AMANDA_MARGA