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Iztaccíhuatl

Antes de que llegara el día, mi madre y yo mirábamos un documental maravilloso titulado “Mountain”, un documental inspirado en la montaña, el cual hace que los primeros minutos acaricien tu piel.

Aquel día me recuerdo increíblemente emocionada, gritaba y corría por toda la casa, me levantaba de la cama, emocionada corría abrazar a paco y regresaba a la TV, así una y otra vez. Mi madre solo me veía con cara de ¿Por qué le emocionara tanto?

Estaba a unos días de mi primer encuentro con ella… con la montaña. Mi primer ascenso, mi primer 5 mi, mi primer gran aventura con la montaña. Con aquello que mire tan lejos desde mi comodidad, aquello que en cada paseo de pequeña me preguntaba, ¿Qué habrá allá arriba? con esa emoción, con esas cosquillas, con esas ansias gritaba cada mañana.

Un día mi madre me pregunto, ¿no te da miedo? ¿Por qué quieres hacer eso? esas personas sufren, ¡míralas! Se quedan sin comida, se caen, se lastiman, ¿por qué quieres hacerlo?

Jamás pude contestar a esa pregunta. No recuerdo que fue lo que dije después de que mi madre me preguntara eso, creo que me quede callada, no tenía una respuesta, solo sabía que quería hacerlo.

Llego el día, viaje a CDMX (tristemente paco se quedó en casa, el frió no le cae nada bien) estuve unos días en calma antes del gran día, estuve platicando un poco con cada órgano, conociendo a mi cuerpo emocionado y ansioso por la montaña, estuve preparándolo, días de mucho apapacho interno, desde adentro, como debe de ser para compartirlo y desde ahí ser para los demás.

Cada mañana en CDMX podía mirar a los lejos aquella montaña que quedaría tatuada en mi ser para siempre, porque así son las primeras veces, siempre están en los recuerdos más lindos, la mire una y otra vez, quería conocerla, quería abrazarla, tenía muchas ansias de vida en la montaña, aquella vida que jamás será justificada más allá de una locura y de locos que hacen cosas locas, porque así son los que se atreven a disfrutarla, unos locos tremendos ansiosos de vida sin límite.

Recuerdo a mi guía cada momento diciéndome, tendrás frio, hambre y mucho sueño pero, ¡con todo karlita! Lo recuerdo mirándome con un cara de ¨no sabes lo que te espera¨…

Después de varios días conociendo el equipo que debía usar, mirando por primera vez cuanto debemos prepararnos los seres humanos para subir una montaña, pensé tantas veces en lo frágil que somos ante la naturaleza. Somos seres tan pequeños, tan casi invisibles para la naturaleza y aun así hemos causado tanto daño.

Hablábamos sobre los riesgos, sobre la importancia que tenía que la montaña nos diera permiso y me volvió a la mente la misma pregunta que me hizo mi madre ¿Por qué hago esto? Me respondí sonriendo e intentado colocarme los crampones de una forma más rápida e imaginándome mis manos congeladas al ponerlos en la montaña. Tuve la misma pregunta, pero seguía sin la respuesta. Si, ya se… no tengo remedio.

Así los días pasaron, conociendo por primera vez un equipo de montaña, respirando fuerte, meditando con el frió y repitiendo “un todo estará bien “

El día por fin llego, bolsas de té, chocolate para compartir, agua, equipo de montaña y comida que no quite el tiempo. ¡Mochila lista!

Sábado 27 de octubre. Todo comenzó.

Después de algunas horas de camino, estábamos cada vez más cerca. El frio y el silencio de la montaña nos empezaron abrazar. Estábamos ahí.

¡Bienvenidos al parque Izta-Popo! ¡Qué alegriiiiiiiia! Estaba ahí, creando una posibilidad más, un intento más, probablemente un sueño más a la lista de los vividos.

Era el momento de conocer a mis compañeros de montaña, venían de distintas partes de México. Que hermoso es abrazarnos en ese lugar, a partir de ese momento sin conocernos, estaríamos para nosotros. Así son las cosas en la montaña, simples, lindas, felices.

Nos reunimos, la lluvia se hacía presente, el frió se apodero de nosotros y me preguntaba… ¿así son los abrazos de la montaña?

Parecía que todos hablábamos el mismo lenguaje, todos nos preguntábamos… ¿Qué hay allá arriba?

¡Estábamos listos! Gritamos todos.

Los primeros pasos, lentos, agarrando ritmo, despacio porque vamos alto.

Eran los primeros 50 pasos y el guía interrumpió, diciendo… ¨vamos a pedirle permiso a la montaña con una pequeña oración, no es necesario que seas católico o de alguna religión, la montaña no sabe de esas cosas. Solo dile algo bonito desde el corazón y hazle saber porque estás aquí.¨ Todos terminamos gritando ¡tlazohcamati! Una bella palabra que lo dice todo.

Los siguientes pasos se sintieron mejor. Después de esa pequeña oración sentí que podía hablar con la montaña. Me sentí cómoda, sentí que la montaña me veía y quería conocer la mejor versión de mí.

Sentía el poder de la montaña, de nuevo las ansias, la incertidumbre, las ganas, la fuerza, la voluntad. Quererme ahí arriba.

Un paso, una respiración, la mirada hacia adelante, parar, respirar, continuar, hidratar, respirar, continuar, un paso, una respiración, parar, hidratar, continuar.

Llegamos al campamento base. El frió me congelaba la mitad de mi cuerpo.

Mis órganos y yo nos desconectamos, nos separamos, teníamos que sobrevivir, ellos se escondieron en otro lugar y yo poco a poco me acostumbre a no sentirme. Media muerte, jamás sentí tanto frió en mi vida.

De lejos la pregunta de mi madre… ¿Por qué haces eso? ¿Por qué hago esto?, pensaba mientras tomaba una foto a mi casa de campaña después de un tremenda nevada en la madrugada.

1 am… la aventura comenzaba.

¿Recuerdan los pasos?

Un paso, una respiración, la mirada hacia adelante, parar, respirar, continuar, hidratar, respirar, continuar, un paso, una respiración, parar, hidratar, continuar.

Así, multiplicado por 500.

Cada vez, más frio, más hambre, más cansancio, más sueño, más dolor.

Durante las próximas horas, pude sentir la respuesta a esas preguntas que se hacen todos en la comodidad.

En casi 14 horas pude sentir el poder que tiene nuestra voluntad en nuestra forma de actuar. Conocí otra forma de sentirme viva. Mis órganos TODOS latían, todos tenían un corazón, todos sentían morir y al sentir eso, era porque cada uno estaba vivo y es en esa vida en donde solo por el hecho de estar vivo eres feliz.

14 horas abrazando la montaña, 14 horas casi tocando el origen, el origen de todo, el origen de las estrellas, el origen del viento, el origen de los abrazos porque estoy segura de que el primer abrazo fue para dar calor a alguien más, el amor fue después. El origen del té porque estoy segura de que el primer se té tomo en la montaña, el té calienta el alma y el corazón de muchos órganos que no quieren seguir. También el origen de un gracias. Porque no hay un gracias más puro que el que se da a la montaña por dejarte seguir.

Estaba ahí. En la cima. Mi llanto era el de una niña pequeña que acababa de volver a nacer. Solté todo, mochila, bastones, todo. De pronto unos brazos me abrazaron y me dijeron felicidades.

Había llegado a una de las cimas más altas de México.

Estaba ahí, ahí, ahí, ahí.

Sentí la respuesta del “porque haces esto”, ver un amanecer desde lo alto, como si tuviera alas, sintiendo el frió puro, sin que se colara entre edificios, sentir la velocidad original del viento, la dureza del frió sin compasión, sentir que me veía azul con el reflejo del cielo, sentir la libertad de escapar y tal vez no llegar a ningún lugar, tal vez sumergirme en los tiempos que rodean mi existencia, tal vez viajar para siempre.

Los abrazos comenzaron, nuestros rostros lo decían todo. Estábamos destruidamente felices.

El regreso ¿a casa? Qué raro es recordar que tienes un hogar con paredes pequeñas, en un lugar específico del mundo, cuando caminaste y abrazaste tanto la inmensidad de la vida, me cuestionaba el por qué y el cómo los seres humanos nos hemos creados tantas ideas, tantos significados a lo largo de tantos años habitando este espacio llamado tierra.

Pasos lentos que rechazaban el regreso. Quería quedarme ahí. Habitar ese espacio por mucho tiempo. El regreso lo mire más, con más calma, trate de meterme cada postal al sitio más importante de mi memoria. No quería olvidar esos pasos nunca, mis primeros pasos en la montaña, mi primer encuentro con ella. Quería comérmelo todo con la memoria.

Sabía lo mucho que echaría de menos ese momento y lo importante que sería de ahora en adelante recordarlo.

En los regresos siempre soy más consciente, ¿será porque los regresos huelen a despedida? ¿Y en las despedidas están los recuerdos de que hubo vida? No entiendo muchas cosas y la verdad no creo tener mucho tiempo de vida para entenderlas. Solo sé que los regresos siempre me llegan un poco más, me hacen más sensible, me llevan a un lugar en donde soy más agradecida, soy más humilde, soy más humana.

Sabía que el momento de regresar a la realidad estaba cerca. La aventura terminaba, los momentos pasarían de nuevo al lugar de los recuerdos, de nuevo a guardarlo todo en la mochila, dejando nuestras huellas, esparciendo abrazos, cerrando ciclos y ¡A regar otra semilla!

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