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COLORES DE PASTOR EN CADA ESQUINA

Aprender a hablar es el mayor de los aprendizajes y la peor de las virtudes. Hablar, de lo bueno y de lo que no lo es; de lo que interesa y de lo que se supone que debemos tapar. Hablar de todo y de nada a la vez y respetando tiempos; hablar de aquello que nos encanta y de aquello que nos horroriza.

Expresar todo lo que llevamos dentro es demasiado difícil, demasiado complejo. Se empaña de dudas cuando intentamos sacar eso que supuestamente tenemos tan claro. Hablar es estar dispuesto a decir cosas que a nadie le interesan y aún así seguir haciéndolo. Hablar es estar dispuesto a hacer frente a aquello que nos aterroriza. Hablar de miedo, de risas, de lágrimas y de alegría. Hablar de horizonte y de tierra, de kilómetros, de aire, de vida y contrastes. Hablar por hablar y aprender hablando.

Varias horas de viaje, un océano de diferencia entre nuestras sociedades. Varios controles de seguridad para sentirme insegura después, como un pez de agua salada perdido en un río de fe.

He visto ruinas que resultaron ser casas y vecindades donde el silencio hace demasiado ruido. Sentí como hablan las miradas el día que un niño me agarró de la mano y me pidió dinero.

Vi el punto más alto de la indiferencia ante el que no tiene nada y escuché historias dignas de ciencia ficción en boca de niños en los que jugar debería ser su única preocupación.

México es el país donde o se tiene todo o no se tiene nada, donde no se habla de religión ni de política; donde desgraciadamente los animales no valen nada para la mayoría de la gente y las personas, tampoco. Donde la educación es algo privilegiado y la distinción entre colegio y escuela se basa en el grado de pobreza. Donde los docentes no enseñan sino gritan y nadie hace nada por cambiarlo. México es el país donde “La ciudad de los niños” no es un parque de bolas sino el sitio en el que recogen los niños abandonados. Donde la violencia es parte del día a día, algo normal; no justificable, pero en muchas ocasiones entendible.

Y a pesar de todo eso, y del miedo, y de la inseguridad, a casi cuatro meses de estar a 9.500km de casa también he aprendido que la cerveza es la bebida por excelencia, que un mexicano nunca se muere de sed si hay una “Caguama” cerca, que el picante no es opcional sino innato y enchilarse una forma de vida. Que no has probado la comida hasta que no comes un taco de algún puesto de la calle y que éstos, son patrimonio cultural. Que las chascas son de ley y que huele a comida en cada esquina. He aprendido que en Diciembre puede ser primavera y que no sólo llueve en esa época; que llevar bolsas siempre es bueno porque nunca sabes si vas a tener que montarte unas botas improvisadas y que los días de fiesta son todos. Que la birria es el refugio de la mañana de un domingo y que la luna brilla más aquí y no cuando está inquieta. Que el silencio te come en los atardeceres mientras que éstos, tienen la habilidad de dejarte sin parpadeo.

He aprendido a tocar la vida con los dedos y a comérmela en pequeñas dosis. He visto la representación absoluta de paz cuando Michoacán me puso el paraíso en las manos y cuando recorrí las calles de noche en un coche con música de arpa a todo volumen. He corrido en una playa virgen bajo la lluvia ante la mirada de impetuosas palmeras y cabañas dignas de inmortalizar. He visto una lluvia de luciérnagas mientras sentía el calor de la hoguera más bonita que jamás había visto y he cantado dejándome la vida en ello, en un garito donde dejé la huella del año de mi vida con ella.

He aprendido que hay familia con la que naces y que aquella que eliges, puede estar a miles de kilómetros y no enterarte hasta que la conoces y he conocido gente que sé que estará ahí siempre y por la que daría más de lo que creen si llegasen a necesitarlo. He afianzado relaciones que ya traía convirtiéndose en imprescindibles.

Y sigo agachando la mirada cuando lo que tengo ante mí duele y baja raspando como un trago de mezcal. Y seguiré llorando como nunca y riendo como nadie. Porque México es todo y nada a la vez, es la vida y la muerte en el mismo plato. Lo más bello del ser humano y lo más cruel.

La mochila que traía cargada de prejuicios ha bajado. He aprendido que apreciar lo que tenemos no se regatea, en un lugar donde todo tiene precio y la vida no vale nada, pero que a pesar de eso nunca nada es como cuentan. Ahora la cargo con personas, momentos, vida, lecciones, tiempo, alma y colores. Lejos de habladurías, llena de experiencias.

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